Verónica Estévez
Especial para LA GACETA
Los archivos personales tienen una particularidad: nos permiten escuchar las voces del pasado sin el filtro de la obra terminada. En ellos se revelan los procesos, las dudas, los desacuerdos y también los gestos cotidianos que suelen quedar fuera de las narraciones oficiales. En los últimos años, el interés por este tipo de fuentes ha crecido, especialmente entre quienes buscamos reconstruir las tramas culturales del Noroeste argentino, un espacio tan fértil en iniciativas intelectuales como aún poco explorado en sus documentos privados.
El epistolario entre Juan Alfonso Carrizo y Ernesto E. Padilla, conservado en los archivos del Centro Cultural Alberto Rougés de la Fundación Miguel Lillo, es una de esas fuentes excepcionales que permiten asomarse a los entretelones de una empresa monumental: la confección de los cancioneros populares del norte argentino que recogen 22.000 cantares de boca de los campesinos de la región.
Entre 1926 y 1943, estas cartas trazan un diálogo sostenido y apasionado entre dos figuras centrales del regionalismo norteño: el maestro catamarqueño Carrizo, pionero en la recolección del acervo oral, y Padilla, ex gobernador de Tucumán, considerado el “Mecenas” del folklore nacional.
A través de esta correspondencia se vislumbran las tensiones, estrategias y colaboraciones que hicieron posible un proyecto decisivo para la historia de la folklorología argentina. Las cartas revelan lo que suele quedar oculto detrás de la obra: los recorridos a pie, a lomo de burro y, las menos veces, en automóvil, por caminos del interior; las dificultades económicas; los desencuentros institucionales; las esperas de aprobación y financiamiento; los entusiasmos renovados. Pero también muestran la fuerza de un ideal compartido: el de construir, desde el Noroeste, una identidad cultural basada en la tradición popular, capaz de disputar espacios de visibilidad frente al centralismo porteño.
Protagonistas
El rol de Ernesto Padilla en este proceso fue mucho más que el de un simple intermediario o benefactor. Su participación fue central en los primeros desarrollos de la folklorología regional. Desde su lugar de intelectual y político -fue gobernador entre 1913 y 1917, miembro de la llamada Generación del Centenario junto a Alberto Rougés y Juan B. Terán, diputado y funcionario nacional en diversos cargos entre 1920/40-, Padilla puso al servicio de este proyecto su capital simbólico, cultural y económico.
El archivo revela, por ejemplo, cómo gestionó recursos materiales para sostener las campañas de Carrizo: hospedajes, contactos, financiamiento, apoyo logístico. En varias de las cartas se destacan también la colaboración y el compromiso de Alberto Rougés, que alojó a Carrizo en el ingenio Santa Rosa durante toda su travesía por el sur tucumano. La aparición de un ingenio en estas cuestiones no es fortuita, sino una muestra clara de cómo el entramado azucarero se entrelazaba con las redes intelectuales y culturales de la época.
Pero más allá del apoyo concreto, Padilla aportó una visión regional: concebía al Noroeste no solo como una expresión geográfica, sino como una unidad histórica y social dentro de la Nación. En una carta le dice a Rougés: “Con las cinco provincias del noroeste hay que dar algo más que una expresión geográfica, una expresión social con caracteres bien definidos dentro del medio argentino”. Esa concepción, que lo llevó a impulsar proyectos de investigación y difusión cultural, fue el marco simbólico en el que germinó la tarea de Carrizo.
En detalle
El epistolario permite advertir también cómo se fue delineando, a través de intercambios personales y debates epistolares, una nueva forma de pensar el folklore. Antes de institucionalizarse como disciplina académica, el estudio de las tradiciones orales fue el resultado de una colaboración entre intelectuales, maestros, poetas y funcionarios que veían en el rescate del canto popular una manera de afirmar la identidad nacional. En ese contexto, los cancioneros no eran solo recopilaciones literarias, sino verdaderos proyectos culturales y políticos, orientados a consolidar una imagen del país desde su interior profundo.
Recuerdos fotográficos: 1937. Juan Alfonso Carrizo, “el gran descubridor de la cultura popular”Cada carta de Carrizo y Padilla es una ventana al proceso de construcción de una mirada sobre “la tradición” y la identidad. Se advierten allí los matices ideológicos, las coincidencias y las tensiones entre el investigador que recorre el campo, graba coplas, toma nota de versos y tonadas; y el intelectual que, desde la ciudad, busca articular ese saber empírico con una idea de región, de identidad y de nación.
Por eso, más que simples intercambios privados, estas cartas conforman un testimonio histórico. Revelan cómo se tejieron los vínculos entre ciencia, política y cultura en los años de formación del pensamiento regionalista. Nos recuerdan que las obras no se hacen en soledad, y que detrás de cada publicación, de cada iniciativa cultural, hay una trama de gestos, afectos y discusiones que solo los archivos pueden conservar.
Así viajaba y así trabajaba el gran Juan Alfonso CarrizoEn tiempos en que la velocidad de la información y la digitalización parecen reducirlo todo a fragmentos instantáneos, volver a los archivos personales -leer la letra, el trazo, el tono de una carta- es también una forma de resistencia: una manera de escuchar con atención la textura de la historia.
El epistolario Carrizo–Padilla no solo documenta una etapa fundacional de la folklorología argentina; también invita a pensar el valor de los archivos personales como patrimonio vivo, capaz de seguir generando preguntas y de renovar nuestras lecturas sobre el pasado cultural de la región.
En esas cartas, en esas hojas con tachaduras, en esas frases al margen, late todavía la pasión de quienes creyeron que la cultura popular del Noroeste no era un residuo del pasado, sino una fuente de sentido para el futuro.